Hay momentos en la vida en la que todo nos da igual. Y otro en que creemos que todo es perfecto. Los buenos y malos momentos van y vienen sin que nosotros podamos controlarlos. Por eso, en el fondo somos como equilibristas y la vida es la cuerda floja que está bajo nuestros pies. Y al mismo tiempo, la vida nos exije también sacrificios, como en el circo, dónde siempre se pide el más difícil todavía.
Lo jodido de los sacrificios es que siempre salimos perdiendo algo. En el fondo, un sacrificio es un acto de generosidad, sea con un desconocido o con quien más queremos. Una vez decidido el sacrificio, no dudamos en dar los pasos que nos van a quitar parte de nuestra libertad. Pero uno de esos pasos puede hacernos caer de la cuerda floja.
Supongo que la vida consiste en un juego de equilibrios. Y por eso, cuando haces sacrificios te puedes llegar a sentir una buena persona, pero otras te sientes un pobre idiota.
Hay gente que cree en la justicia vital, piensan que todo sacrificio tiene su recompensa. Pero para algunos, la vida es injusta por naturaleza, cuando creen que empiezan a salir del hoyo, caen en otro. Y por evitar hacer sufrir a la gente que queremos somos de capaces de sacrificarlo todo, hasta nuestra dignidad.
Pero muchas veces nuestros sacrificios pasan desapercibidos. Reprimimos nuestros deseos para anteponer los de los demás. Y aunque dudemos, en la vida es fácil saber cuál es el camino correcto. Aunque nos cueste admitirlo y tirar hacia delante. Ese es el verdadero sacrificio, atreverse a cogerlo.
Y si tropezamos y caemos, el peligro está en coger miedo y no intentarlo nunca más. Ese es el gran peligro, tener miedo a caer dos veces. Por eso, es importante levantarnos y subirnos de nuevo a la cuerda floja, para caminar nuevamente como equilibristas.
En fin, la vida...
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