Cuando las cosas no van bien, no es que el mal rollo deje de existir. Yo cuando estoy con el ánimo cambiante, sientro una tristeza en grado uno, es suave, una mezcla de melancolía y añoranza, que a veces te sienta hasta bien, pero otras te quita la dulzura de un sopapo. La tristeza en grado uno te tiene todo el rato a la deriva. A ratos estás bien, a ratos mal. No se puede hacer nada para luchar contra eso.
Grado dos de la tristeza, ya no hay disimulo, está a la vista de todo el mundo. Pero nos quedo un resto de ánimo para pedir ayuda. En esta fase, a la tristeza se le puede dar esquinazo: los hay que salen de copas, y les funciona de maravilla. Los hay que trabajan hasta las tantas para intentar no pensar en nada, los hay que intentar evitarla para no tener que sentirla, lo que no deja de ser una bonita perogrullada. Aunque la mejor terapia es quedarse dormido, y esperar que no suba un grado más la tristeza.
Grado tres de la tristeza, la cosa se pone fea. Amargura, impulso autodestructivo, y rendición. En el grado tres ya no hay consuelo, sólo vale el refugio de la soledad. Nos sentimos tan mal que no queremos torturar con nuestra compañía a ningún amigo. Pero de todas formas, por muy mal que te sientas, no puedes acostarte sin haberle arrancado al día, al menos, una sonrisa. Aunque, a veces, estén muy caras.
En este grado, el único consuelo es saber que todo lo malo, es pasajero. Y que en el momento menos pensado, te espera una palabra que te puede cambiar la vida.
En fin, la vida..
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