En los momentos más inesperados, una llamada de teléfono puede abrirte la puerta a nuevas oportunidades, a nuevas sensaciones. A reciclarte, tomar impulso y ganar confianza en lo que siempre te ha gustado. Del momento que hablo han pasado ya casi tres años, pero es una experiencia que no voy a olvidar en la vida.
Al otro lado del teléfono, su voz me invitaba a mantener una entrevista de trabajo, cosa que hice al día siguiente. Debí gustarle, o sencillamente, que necesitaban desesperadamente incorporar a alguien a la redacción. Qué más da. La conclusión es que al día siguiente, ya me encontraba escribiendo las primeras líneas: un reportaje sobre la recogida de la uva y las estimaciones de los responsables bodegueros para la campaña en curso en El Puerto de Santa María.
Sin tener ni idea de esa ciudad, y gracias a su apoyo y al de los compañeros, me fui haciendo un sitio. Yo llegaba desilusionado y sin ganas por el periodismo, por mi profesión, tras algunas experiencias no del todo buenas a pesar de mi corta edad (en ese momento...). No importó, ya digo. Supuso un punto de inflexión en mi camino periodístico y un aprendizaje en la vida.
En gran medida por la confianza que me dio en mis posibilidades, por dejarme la suficiente libertad y el aire suficiente para sentirme cómodo y sacar lo mejor de mi mismo. Supo ver que de este manera, podría sacar lo mejor de mi como periodista, obtener el máximo rendimiento. Aunque la relación no era más que de Jefa de Redacción y Redactor, me sentí muy a gusto en aquellos nueve meses, pues veía que, por fin, podría sentirme cómodo conmigo mismo y la profesión que siempre he querido desempeñar.
Me sentí muy bien durante aquél tiempo. Porque toda esta confianza, también me sirvió y mucho, como persona para creer más en mí. Convencido plenamente de mis posibilidades (también he de decir que me daba ciertas licencias, no os enfadéis compañeras), pero creo que respondí de la mejor de las maneras durante los nueve meses que compartimos redacción. Aún recuerdo el día que le dije que me marchaba. No me puso ningún impedimiento, ni ningún problema. Es más, habló con los superiores para acelerar el trámite, pues comprendía que era una gran oportunidad.
Hace poco, leía un libro de Alberto Espinosa llamado El mundo amarillo, en el que trata como aprendió a vivir con esa terrible enfermedad que a ella se la ha llevado y la importancia que tuvieron en su vida los amarrillos. Para el autor, amarillos son todas aquellas personas que, sin llegar a ser tus amigos, por un tiempo en tu vida, o para siempre, tuvieron un papel trascendente en tu vida. Estoy convencido de que ha sido uno de mis amarillos, término que bien define nuestra relación.
Sin embargo, ya no podré decirle a Josefina Escudero lo importante que fue para mí todo lo que he resumido en estas líneas. Una antigua compañera me avisaba por la mañana que, a pesar de estar luchando hasta el final, la enfermedad se la había llevado. A pesar de que había transcurrido algún tiempo desde la última vez que hablamos, una noticia así, siempre te deja de piedra, sin saber como reaccionar. Desde aquí, desde este pequeño espacio, pido que mis palabras se eleven allí dónde se encuentre y que estas palabras sirvan como agradecimiento y homenaje al papel que tuvo en mi devenir. Porque con su marcha se va también parte del mí como periodista, pero también como persona. Descansa en paz, Josefina.
En fin, la vida...
1 comentario:
Hay jefes que te marcan para siempre porque te enseñan algo más que un oficio. Me alegro de que Josefina fuese así.
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