Hoy se cumplen 20 años de la Caída del Muro de Berlín, también conocido como el Muro de la vergüenza, un acontecimiento que simbolizó el final de una época no sólo para Alemania, sino para todo el mundo. Un hecho que, quizás, la gente de mi generación no sepa valorar por todo lo que significó, y que, por otra parte, fue el tema elegido para mi proyecto final de carrera. La construcción del muro en 1961 provocó la división en dos de esta ciudad alemana, tal y como se decidió entre las potencias vencedoras del conflicto bélico (EEUU. Reino Unido, Francia y URSS).
Pero la realidad iba mucho más allá: suponía la diferencia de dos modelos, el capitalista y el comunista, la confirmación de que el mundo se repartía entre dos ideologías y la prueba irrefutable de la división entre el capitalismo y el comunismo que se venía desarrollando en todo el mundo desde el final de la 2ª Guerra Mundial con esas tensas relaciones entre las dos grandes potencias de la época, EEUU y la URSS.
Curiosamente, cuando se cumplen 20 años de su derrumbe, el sistema que salió “vencedor” de esta disputa se encuentra en una grave crisis que afecta a todo el circuito mundial. Una etapa, la que estamos viviendo, que da que pensar en si la consolidación del capitalismo como principal ideología mundial ha funcionado.
No solo la Caída significó un nueva situación para Alemania, hasta entonces dividida en dos (RDA y RFA), y desde el 3 de octubre reunificada en una sola, hoy día una de las mayores potencias mundiales. También provocó numerosos movimientos en la ya conocida Europa del Este. Checoslovaquia se dividió en dos países (República Checa o simplemente Chequia, y Eslovaquia), la URSS se desintegró, primero como CEI y algunos estados satélites, y luego con numerosos países independientes, y provocó la cruenta Guerra de los Balcanes que desembocó en la extinción de Yugoslavia como un solo Estado. Una muestra de que la unión de Europa, debate ahora más abierto que entonces, nunca será posible prescindiendo de parte de los países y ciudadanos que forman parte de ella.
Un hecho sorprendente, dados los acontecimientos derivados durante los 28 años, dos meses y 27 días que el Muro permaneció en pie (276 muertos “oficiales”, más de 3.000 encarcelamientos y 5.000 fugas) fue que el día en que cayó no hubo ni un solo tiro ni un mínimo derramamiento de sangre. Yo con solo siete años entonces, tengo grabadas en mis retinas borrosas imágenes de gente, con los años me enteré que eran alemanes occidentales, derribando el muro con martillos y piedras ayudando a su vecinos de la Alemania Oriental. Estas imágenes se han completado con el paso de los años con otras de familias unidas, de amigos que vuelven a encontrarse, de compatriotas que vuelven a pertenecer a un mismo país.
Creo, sinceramente, que la magnitud de aquellos hechos tuvo enorme repercusión por su retransmisión en televisión a todo el mundo, y que como quedó grabado, demostró como fue uno de esos momentos en los que los ciudadanos, el pueblo, son los auténticos protagonistas de la Historia.
Los mismos protagonistas que tras escuchar poco antes de las 19.00 horas de aquél 9 de noviembre que el Muro estaba abierto corrieron prestos hacia la frontera a comprobar si eran ciertas las palabras remitidas desde la televisión. Durante unos días, Berlín (ciudad que estoy deseando conocer), se convirtió en un caos y en una fiesta, una algarabía de personas celebrando la unificación de un país.
Durante los primeros días, mucha gente paseaba por un lado y otro de la ciudad, deseosos de conocer lo que un Muro les había impedido ver. En los meses que siguieron a la reunificación, buena parte del muro fue desmantelado. Miles de personas armadas de martillos y cinceles se llevaron trozos como recuerdo, probablemente una de las mayores reliquias históricas de los últimos 30 años.
Pero poco más tarde llegarían las dificultades, la complicada integración de dos sociedades completamente diferentes y separadas por un abismo económico, el largo camino de la reunificación. A día de hoy, pese a que se ha avanzado mucho en el camino de la integración, las diferencias entre la parte oriental de Alemania y la occidental siguen siendo palpables. El PIB per cápita en el este aún equivale al 70% del oeste, y los expertos calculan que serán necesarios 10 años más para que ambos se igualen. Por si fuera poco, uno de cada diez ciudadanos del este desea que regrese la división del país. En el oeste, el 20%, datos para reflexionar. Además, también se ha acentuado el número de habitantes en cada zona. Así, hace 20 años había 63 millones de alemanes en la parte occidental y 16 millones en la oriental. Hoy en día son, respectivamente, 69 millones y 13 millones.
En los meses que siguieron a la reunificación, buena parte del muro fue desmantelado. Miles de personas armadas de martillos y cinceles se llevaron trozos como recuerdo, probablemente una de las mayores reliquias históricas de los últimos 30 años. Hasta el momento, parte del muro se ha conservado como monumento conmemorativo a las víctimas que murieron intentando cruzarlo. Quedan en pie 1,3 kilómetros, conocidos como el East Side Gallery, donde un centenar de artistas de todo el mundo estamparon sus grafitis tras la caída, y que se han reconstruido ahora para celebrar el vigésimo aniversario.
También se ha mantenido el famoso paso fronterizo del Check Point Charlie, que separaba la zona de control estadounidense de la soviética. Por otro lado, La Puerta de Brandenburgo, zona cero de la división durante casi tres décadas, es hoy el centro neurálgico de Berlín. Rodeada de hoteles y embajadas, es el escenario habitual de grandes conciertos y todo tipo de eventos culturales. Uno de los mayores referentes de Europa, sin ninguna duda.
Dada la situación actual, cabe preguntarse si todo aquello mereció la pena. Ante la crisis de las ideas, cabe preguntarse si el comunismo todavía tiene sentido. Ante tal crisis económica cabe preguntarse si el capitalismo ha sido la solución…
En fin, la vida...
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